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| Del latín narrare (narrar) + philia (fijación, amor por). |
Lo diré una, lo diré dos, lo diré tres veces y todas las que hagan falta: Un buen escrito es como el buen sexo.
No puedes forzarlo, nace de manera espontánea. Sólo aparece y está ahí ante ti, listo para ser materializado y disfrutado. Sabes que un escrito es bueno cuando lo terminas sin darte cuenta, es casi como un orgasmo: tan fugaz que antes de que te des cuenta ya acabó todo, pero saboreaste cada segundo mientras duró. Las palabras nacen solas como una caricia espontánea, como un beso entre dos amantes que no tiene un motivo específico para existir.
Cada escrito es perfecto dentro de su imperfección, de nada vale releerlos mil veces porque SIEMPRE vas a encontrar un punto que falta, una coma que sobra, una palabra que suene mejor que otra. Déjalos quietos, así nacieron y así han de morir. Es como visitar recuerdos y frustrarse por haber podido hacer las cosas de manera distinta: no hay nada peor que el arrepentimiento. Cada momento es perfecto dentro de su imperfección, cada momento es único dentro del espacio y tiempo. Ningún beso es idéntico a otro, ninguna caricia, ninguna tarde de pasión, ¡son únic@s e irrepetibles!
Pasé días, mejor dicho semanas queriendo escribir algo nuevo. Caminando por la calle bombardeándome de ideas que se quedaron en utopías y se esfumaron sin pena ni gloria. Anotando nombres atractivos pero vacíos, sin sustancia, sin caracteres suficientes que los respaldasen y les dieran sentido y forma. Por eso digo, forzar un escrito es como masturbarse sin estar excitado: acabas pero obviamente no es lo mismo. Es como escribir una carta de amor por encargo, un poema sin alma ni poesía.
La inspiración es una amante delicada, exquisita, selectiva y te somete por completo ante sus antojos. Cuando crees que tienes el control de todo, es sólo una treta para que hagas justa y precisamente lo que ella quiere. Eres un esclavo sexual dispuesto a lo que sea por satisfacerla. Lo peor es que lo disfrutas, por eso no te quejas, sabes que tanto trabajo vale la pena. Y claro, como buen voyerista, siempre disfruto ver las peripecias sexuales de otros: cada escrito es único en su especie, cada cuerpo es un laberinto distinto, cada cabeza es un mundo y me gusta asomarme por las ventanas. Además, hay que ser versátil: leer y escribir, dar y recibir; disfrutar al máximo.
Por eso lo digo una, lo digo dos, lo digo tres veces y todas las que hagan falta: Un buen escrito es como el buen sexo.

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