Por:
Kike Sánchez | @unpollofrito
“¡Está
loca!”. Con esa frase describen a Sofía Bertolotto todos los que escuchan su
historia de éxodo actoral desde afuera sin conocerla, ni a ella ni a sus
razones. Lo que empezó como una mera gira promocional para Nena, saludame al Diego, terminó en un idilio de seis meses entre
“Sofu” y la urbe de los techos rojos, los precios en alza y el Metro con
retraso.
Su
andar calmado, su manera relajada de
vestir, su carencia de maquillaje que no le resta a su belleza, su mirada en la
tuya mientras te sonríe y responde tus preguntas como si fueran amigos de años
atrás. Es imposible que el carisma y la humildad de esta chica no cautiven al
que tenga la buena suerte de conocerla. Ni el caos de una plaza pública ni el
bullicio del tráfico compiten con el escrutinio a lo centrada que está.
La
espontaneidad fue el detonante principal del cambio de coordenadas geográficas
realizado por Sofía. Ella misma, desenfadada y sencilla, admite que no tuvo
planificación alguna, y que si bien las condiciones capaz no eran las más
propicias, su nómada interna tenía que aprovechar la oportunidad: “Yo me quedé
este año y con la muerte de Chávez y las elecciones, las energías estaban en
otro lado, pero yo dije ‘yo me tengo que quedar este año porque este año se me
dio la posibilidad’. Tuve que estar disponible y abierta a aprovechar el
momento. Haya sido por casualidad o causalidad, son cosas que no puedo explicar
hoy porque aún están muy verdes”.
Estudió
teatro desde los cinco años, lo cual pasó de ser un hobby a un primer amor
actoral, y evolucionó en una terapia contra la timidez: “el teatro siempre
estaba ahí, siempre estuvo y siempre está; si no veo clases de teatro, es
porque estoy actuando en una obra”. Sofía tenía sólo 12 años de edad cuando
participó en su primer largometraje en Argentina, La Ciénaga de Lucrecia Martel, en el 2001. El siguiente paso fue
conseguir un agente, evento que aún hoy recuerda la extrañeza que le causó en
el momento, ajena hasta ese punto a las convencionalidades del medio.
De
allí en adelante, se vio sumergida en el mundo de los castings y las esperas de
los callbacks: el pan de cada día
para un actor que busca vivir de su arte. Para ella, como artista, hay que
enfocarse en dar sin esperar nada a cambio ya que “eso libera y alegra”, y se
asegura de rodearse de gente que trabaje por lo mismo: por la cultura, por la
comunidad, por el arte.
Más
que un mero aprovechamiento de las circunstancias, la estadía de La Nena en
nuestras latitudes se vio motivada por su vena actoral, ávida de nuevas
experiencias, y su sed de conocimientos sobre otras culturas distintas a la
suya. “Para el actor, siempre lo natural y como algo esencial y fundamental,
debe ser esa búsqueda de algo nuevo, de conocer, de ver ambientes y contextos
distintos; las formas de relacionarse de la gente. Uno debe ser un observador
para luego llevar lo aprendido a uno, a Sofía. De ahí, re-elaborar eso y hacer
esa ensalada y ver qué sale. Por eso es vital viajar, conocer otras culturas;
el actor tiene que buscar ponerse la piel del otro, no debe ser un miedo tener
que recorrer mundo”.
Ese
mismo encanto y sabor de mundo que le proporciona su acento de la cuna del
tango al hablar, es quizás su impedimento y limitante más grande a la hora de
buscar hacer vida profesional en Venezuela. También es un factor que ella misma
define como un reto, y afirma le causa miedos e inseguridades como actriz al buscar desenvolverse en el mercado local. Sin
embargo, poca – casi nula - es la experiencia en audiciones que ha tenido en el
país.
Quizás
por cuestiones de un encasillamiento debido a su acento o a un mal momento de
la industria en general, la sequía de ofertas laborales que hagan posible la
permanencia de Sofía en Caracas se palpa en el hecho de que, desde finales del 2013, se encuentra nuevamente saludando al Diego. La
Nena no señala culpables (aunque duda sobre tener el fenotipo estético adecuado
para la televisión venezolana) ni hace referencias a una crisis cinematográfica,
sino a una mala sincronización y a lo tardío que es el proceso creativo a nivel
de las producciones audio-visuales: “El tema del cine y la tele es un proceso
largo, no es que de un día para otro puedes conseguir trabajo. Hay que armar un
guión, crear perfiles de personajes y bueno, lleva un tiempo. Tras promocionar
la película, me quedé cuatro meses más, que es poco para dejar macerar, dejar
madurar los proyectos, que surjan oportunidades”.
Al
preguntarle sobre las dificultades de hacer cine en Venezuela y el contraste
con el hacer cine en Argentina, Bertolotto resalta un símil entre ambas
naciones: en los dos lados es difícil. “Lo que implica el cine es un gran
equipo de trabajo, estar conviviendo con 15, 20 personas en el rodaje ya es
medio complicado. Lo importante es tener un equipo donde todos entiendan el
lenguaje de cada uno, que el director haya logrado armar un equipo que tenga su
misma visión”. Sin embargo, esa espontaneidad e improvisación on-the-go típica del venezolano que
tanto la enamoró, es el arma de doble filo de la industria y el defecto más
grande que le señala: “En todos las filmaciones hay imprevistos, pero lo
complicado de los rodajes en Venezuela es la falta de planificación”. Como
sociedad, nos vemos reflejados en nuestros propios defectos.
Estos
aspectos negativos no empañan el amor de La Nena por el país y por la que fuera
por medio año, su ciudad. Y en especial, lo que más se lleva, es lo que le
dieron sus habitantes: “Lo que más me llevo es de la gente, no sé si tanto de
la ciudad. Porque si, yo soy muy callejera, muy de la bici, de andar en la
plaza. Caracas es un caos, es un montón de cosas; me llevo la gente, el
compartir, ¿no? Si tienes una tremenda ciudad y no tienes con quien
compartirla, es una cosa. Pero si tienes una ciudad increíble y gente con quien
compartirla, te llega distinto”.
La
Caracas de Sofía es una Caracas de a pie, una Caracas underground, ajena a lo que las redes sociales dicen que está en
boga. Olvida los locales nocturnos con DJs y La Vida Boheme y piensa en el Parque
Los Caobos, en patear el concreto y respirar aire con sabor a calle en Los
Próceres. “Más importante es lo cultural, lo que se vivió en el momento que la
ciudad en sí”.
Si a
alguien le sorprende su partida, es a todos menos a ella misma. “Los límites de quedarme no los iba a poner
yo, el tiempo fue poco, pero la verdad no es que me vine preparada para
quedarme dos años”. De La Nena se lleva
haber conocido Venezuela, su cultura y a la gente “sensible, centrada y trabajadora”
con la que convivió. Del país se lleva “un bagaje y una maleta gigante de
recuerdos y experiencias” junto con la costumbre de trotar y la huella fitness del caraqueño acostumbrado a
subir el Ávila, “un tatuaje venezolano que me va a acompañar para
siempre”.
Sobre
un posible regreso, “vuelvo cuando vea que haya posibilidades de trabajar; de
ofrecerse algo, lo haría”; dejando una ventana abierta de par en par a la
colaboración de proyectos ya que las posibilidades, según ella, están y “hay
mucha gente queriendo explorar y hay un público para eso”. Del país se despide,
se manera inciertamente temporal, diciéndole: “Hay que aprender a darle forma a
esta amistad”.
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